Mi propensión al rito





Hace muchos años tengo fascinación por las piedras; no por las preciosas, sino por las simples e inadvertidas. Me asombra su peso y sus formas, lo que sugieren al tacto. He recogido piedras en ríos y desiertos, a orillas del mar, en bosques y zonas arqueológicas. Algunas me han parecido vírgenes y otras tótems; las más pequeñas las he engarzado en gargantillas y llevo conmigo como escudo o relicario, las más voluminosas me parecen esculturas. Una piedra es la misma y otra piedra lo dice el ojo, lo dice la mano que juega con ella—. Las coloco junto a mis libros, hago con ellas pequeños Stonehenge. Las monumentales, rocas en toda extensión de la palabra, las guardo en la memoria o en fotografías, como las de Playa Ventura en Guerrero, México. En las piedras, en fin, deposito mi propensión al rito. 

Juan Eduardo Cirlot, en su Diccionario de símbolos, dice que en muchas tradiciones la roca es la morada de un dios. ¿Quién es mi Dios? ¿Quiénes mis Diosas? Estoy hecha de sus minerales, comparto con la piedra el alimento terrestre, la gravedad y la caída, la necesidad de echar raíces, de ser sólida y solidaria conmigo misma. La piedra, dice Cirlot, es "símbolo del ser, de la cohesión y la conformidad consigo mismo" [1], representa la unidad y la fuerza, es lo que permanece a pesar de las erosiones del tiempo. La piedra es la eternidad. Su sino, la gloria y la caída. Como algunos dioses, héroes y reyes, la piedra ha tenido que morder el fango: Prometeo encadenado a un peñasco; Medusa, víctima de su propio hechizo; Sísifo cargando por la eternidad una roca que inevitablemente caerá, una y otra vez, al fondo del Hades. Algunos otros tendrán en la piedra la resurrección: Deucalión.

La piedra es entonces contraste y potencia. En La tierra y los ensueños de la voluntad, Gaston Bachelard habla de la materia terrestre y sus resistencias; para él la roca es el ensueño de la lápida, la gravedad y su vértigo; pero, el escultor triunfa sobre la piedra, por eso Bachelard dice que si para Camus “un rostro que pena tan cerca de la piedra ya es piedra él mismo”, para él “una roca que recibe tan prodigioso esfuerzo del hombre es ya hombre ella misma” [2]. Así, la piedra se humaniza y el escultor no se petrifica.

Sirva esta reflexión como inicio de este blog que busca honrar a la piedra, a sus minerales.



Recursos

[1] Cirlot, J-E. Diccionario de símbolos. Editorial Labor. Barcelona, 1992. 
[2] Gaston, B. La tierra y los ensueños de la voluntad. Fondo de Cultura Económica. México, 1991. Página 219.

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Rocario

 


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